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domingo, 16 de septiembre de 2012

POST VIEJUNOS: LAS BOLAS DEL DRAGON

Image Hosted by ImageShack.usEspaña. Primera mitad de la década de los noventa. A eso de la media tarde. Los parques, salas de recreativos y demás lugares frecuentados por la chavalería patria quedan desiertos. ¿Se ha impuesto el toque de queda?. ¿Será que los infantes por fin hacían caso de sus mayores y volcaban sus energías vespertinas en el estudio concienzudo de las materias escolares?. No, amigos, este fenómeno, esta pandemia, tuvo un nombre: DRAGON BALL. La cosa comenzó en Cataluña pero pronto, gracias a las recientemente creadas cadenas autonómicas, el resto de comunidades padeció esta enfermedad conocida como el Mal de Son Goku. Al ritmo de esos peludos de Barón Rojo los niños (y no tan niños, que más de uno ya podía hacerse trenzas con el vello púbico) de España quedaban irresistiblemente epatados por el niño de los pelos de punta y rabo (con perdón) de mono. A todo esto, las preocupadas Asociaciones de Padres Con Demasiado Tiempo Libre exigían la retirada inmediata de esos espantosos e hiperviolentos dibujos que hacían peligrar la salud mental de sus retoños, lo que a su vez producía un divertido y previsible efecto rebote que provocó que los críos deseasen con más fuerza su ración de soma dragonbolero.

Pero la cosa, claro, no quedó ahí. Pronto, la simple visualización del capitulo diario de Bola de Dragón, se antojó insuficiente para todos los seguidores de la serie. En el mayor caso de frikerio colectivo de este país, cualquier cosa relacionada con la serie pasaba a convertirse en objeto de deseo. Miles de fanáticos buscaban toda clase de productos que saciasen su sed de Son Goku en una vorágine de consumismo friki sin precedentes.

Para ilustrar este caso de enajenación colectiva hemos recogido el testimonio de un individuo anónimo que sufrió en sus carnes esta lamentable enfermedad.

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Cuando empezó todo yo debía tener unos siete u ocho años. Recuerdo que un amigo me dijo que Tele Madrid estaban emitiendo una serie súper guay molongui (sí, en aquella época yo me expresaba en esos términos, era joven y alocado) de dibujos animados de un niño súper fuerte que buscaba unas bolas mágicas. Puedo equivocarme pero juraría que ese fue el inicio de la locura. Casi al instante me convertí en un jodido yonki. Al principio me bastaba con ver la serie y hacer Ondas Vitales delante del espejo vestido con mi kimono de karateca pero rápidamente sentí la necesidad de expandir mi devoción a otros ámbitos.Image Hosted by ImageShack.usLos comienzos fueron duros. Apenas había material que llevarse a la boca y subsistía a base de fotocopias de ínfima calidad, muchas de ellas meros calcos de otras fotocopias de similar calidad, pins y chapitas (era la época). Podría citar actos ciertamente criminales de los que fui testigo (o cómplice) en el patio de mi colegio a causa de un puñado de fotocopias pero no creo que el público este preparado para ello. Más tarde llegaron los cromos. Panini lanzó varios álbumes de cromos autoadhesivos con imágenes de la serie de dibujos. Ediciones Este también sacó un par de series de tarjet-cards de aspecto notablemente cutre. Obviamente, gracias a una fuerte inversión y muchos domingos integrado en las redes mafiosas de venta y cambio del Rastro me hice con todas ellas. Algunas dos veces. Por esa época conseguí una camiseta (de nuevo, más falsa que un Judas de plástico) que no me quité en meses. Mi madre tuvo que arrancarme a hostia limpia los jirones en los que tan preciada prenda se había convertido debido a un uso tan prolongado.

No menos mítica fue la apertura de una especie de sala de videojuegos cerca de mi casa donde disponían de varias copias del legendario e insuperable Dragon Ball Super Butoden 2 de Super Nintendo. La posibilidad de recrear una batalla a muerte entre Goku y Vegeta con un amigo hacía que las dos horas de cola y 300 pesetas por cuarto de hora de juego valiesen la pena.

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También, por supuesto, estaban los cómics. La mayoría no sabíamos que Bola de Dragón tuviese cómics. Mucho menos que la serie de la tele derivase del cómic. Fue una grata sorpresa. Esas páginas contenían toda la magia de los dibujos animados con el aliciente añadido de ser un objeto más a sumar a la colección. Jamás en mi vida he visto a tanta gente comprar un tebeo y dudo mucho que lo vuelva a ver. Fue a través de los cómics con lo que entré en contacto con lo que se convertiría en mi absoluta perdición: las tiendas de cómics. La primera vez que entre en una fue lo más parecido a un orgasmo que había experimentado hasta entonces. El concepto merchandising se instaló en mi mente y desde entonces adquirir cualquier tipo de figura, póster, tranding-card, vídeo o lo que fuese que viese en ese momento se convirtió en el motor de mi vida.Image Hosted by ImageShack.us
En el cénit de mi adicción adquirí el lujoso y carísimo (5000 pesetazas) Dragon Ball Complete Illustrations, un art-book de importación que me convirtió en el tipo más importante del colegio durante semanas. Motivado por el éxito, borracho de poder, me embarqué en la empresa de conseguir los últimos tomos japoneses de la serie. Como es normal no tenía ni puta idea de lo que ponía en esos tomos y me enteraba a duras penas de lo que pasaba. Pero eso era secundario en esos momentos.

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Como habréis podido adivinar, todos estos caros productos no están al alcance del bolsillo de un crío normal. Efectivamente, amigo lector, Bola de Dragón me introdujo en el mundo del latrocinio y el pillaje, primero con sisas menores. Posteriormente con hurtos en toda regla. Me convertí en un delicuente drogadicto con tendencias obsesivas. Una joya de niño.

Afortunadamente para mí llegó la pubertad y me convertí en un adolescente salido normal. El descubrimiento del sexo opuesto, el tabaco y el alcohol menguaron mi capacidad económica y mi escala de prioridades cambió. Ahora, años después, puedo decir orgulloso que he dejado atrás mi adicción a Bola de Dragón. Bueno, es verdad que me estoy volviendo a tragar toda la serie a través de Cartoonnetwork... Y juego más tiempo del necesario al Dragon Ball Budokai... Y sobre mi mesilla de noche reposa una hermosa figura de plomo de Freezer...

¡Argh, me estoy quitando!. ¡Lo juro!. ¡¡¡KAME-HAME-HAAAAAAAAAA!!!.

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Escalofriante documento. Pero aún más escalofriante es el saber que miles de individuos como este cohabitan entre nosotros. Tengan cuidado ahí fuera.

Ha sido un post viejuno cortesia de Potemkin.
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